Un“anatema” (en griego, “anáthema”; de “aná”, ‘en lo alto’, y “títhemi”, ‘disponer’) denota, por una parte, la ofrenda votiva que en la antigüedad era consagrada a Dios (Lv 27, 28-29) y, por otra, la maldición que recaía sobre quien pasaba por hereje (Hch 23, 12). La correspondencia entre ambos sentidos tal vez radique en el sometimiento que por parte de la autoridad religiosa se hacía de las personas y los objetos para ponerlos “a disposición” del que habita “en lo alto”. Así pues, el anatema tiene resonancias polisémicas a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento, pero debido a la fuerza de su nombre suele relacionarse más bien con la excomunión (CDC 2257).
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