Julián Marías
En su obra Persona, Julián Marías sostiene que “la realidad más importante de este mundo, la más misteriosa y elusiva y clave de toda comprensión efectiva es la persona humana”. Pese a lo cual, la filosofía ha reflexionado poco sobre ella. Así pues, alude a un señalamiento clave de Ortega: la realidad primaria y última no la constituyen las cosas, por un lado, ni el yo, por otro, sino mi vida, la de cada cual, “yo y mi circunstancia, yo con las cosas, haciendo algo con ellas”. En efecto, la forma propia de ese yo inseparable de su circunstancia es la persona.
El descubrimiento de la persona humana se suscita mediante la corporeidad, la inserción del hombre en el mundo es posible gracias a su carne. Pero si bien el hombre acontece corporalmente, no consiste esencialmente en su cuerpo; se manifiesta en él, sí, aunque a la vez está más allá de éste. Si la persona fuera su cuerpo, si se pudiera decir de ella “es esto”, estaría dada, lo cual es imposible, pues “está siendo”, innovando todo el tiempo, rectificando, arrepintiéndose y volviendo a empezar; en suma, renaciendo. De la persona no puede decirse “es”, sino que “va a ser”, sin frontera conocida.
Además de su carácter trascendente, de su “va a ser” futurizo y proyectivo, lo importante entonces es descubrir la vida de la persona para comprenderla. No se trata de saber qué es el hombre, sino quién es; el quién es lo más íntimo de la persona, su fondo último, inconfundible e insondable. Luego, la persona es también intimidad, un secreto profundo, ni siquiera conocido por ella misma, y es tan intrínseca a sí misma que, por más que se extravíe, no puede dejar de ser persona. Su vida puede transcurrir de modo despersonalizado –algo que ocurre la mayor parte del tiempo–, mas no puede renunciar a su carácter único a irrepetible, trascendente e íntimo.
Por su libertad un hombre es, como apunta Marcel, un homo viator, se hace a sí mismo, elige y decide quién quiere ser: fanático, terrorista, corrupto, cuya práctica violenta la realidad humana y personal, o un hombre de bien, responsable y solidario. En cualquier caso, lo que no puede lograr es dejar de ser persona. La despersonalización, por desoladora que sea, nunca es total. A unos los puede llevar a la muerte, a otros a sentir que no han vivido a pesar de estar rodeados de éxito, pero a nadie lo despoja de su mismidad. Ocurre así porque ésta suele ser producto de la libertad, de lo que cada uno ha elegido para sí, mas siempre “cabe una torsión que, desde la persona que se es, transforme la vida y la ponga a una luz nueva, aunque sea en el último momento”.
Ahora bien, no se puede dejar de ser persona, porque la persona no es una realidad dada sino en permanente hechura, pero se puede intensificar la realidad personal, es decir, hay hombres con una mayor dimensión personal que otros, la cual puede captarse en lo que Julián Marías llama su biografía: el conjunto de actos en que una persona consiste. En otras palabras, la sustancia de una persona se manifiesta a través de su conducta y mientras más auténtica sea esa conducta más grande será la posibilidad de habitar a esa persona y dejarse habitar por ella, alcanzando así “la forma suprema de convivencia y compañía”: el amor.
El amor permite la entrada de la persona a sí misma, le insta a residir en la propia intimidad, donde se toca fondo respecto a quién se es. Por eso, la relación con la otra persona que se ha vuelto inseparable “es una de las cimas de la realización de la persona”. Y es ahí, en esa relación doblemente personal, donde se suscita la iluminación, esa luz que descubre las oscuridades vertidas sobre la persona amada y permite instalarse mejor y más intensamente en su núcleo último y, con mayor entusiasmo, exaltar su realidad, volviéndola parte del propio proyecto vital (Mapa del mundo personal X).
Nacido en Valladolid (España), Julián Marías Aguilera fue un filósofo reconocido en el ámbito internacional y un prolífico escritor que logró más de 60 obras. A lo largo de su vida ocupó diversos cargos y recibió innumerables distinciones. Participó en las sesiones del Concilio Vaticano II y ocupó un lugar en la Real Academia Española. Entre sus maestros destacan Ortega y Gasset, X. Zubiri, J. Gaos y M. G. Morente. Él mismo escribe que desde el inicio de su carrera todos sus libros han sido “exploraciones de la realidad de la persona”, hasta que el 15 de diciembre de 2005, a los 91 años, este titán del personalismo soltó en Madrid su último suspiro.