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Cultura católica

E D I T O R I A L

El desafío de la cultura católica


Al hablar de una autentica cultura de inclusión se requieren tres claves: cultura del encuentro y de la acogida, cultura de la ternura y de la fraternidad, y cultura de la dignidad humana personal y colectiva (Humanae Vitae, a 50 años de ser promulgada por S.S. Pablo VI).

Ya que nos encontramos en un “cambio de época”, donde el hombre se define por una vida individualista-líquida y tecnológica, una globalización mal encausada, dando muerte al prójimo, como dice Luigi Zoja. El homo-digitalus, es “el sujeto que se encierra mentalmente en su ordenador y decide ya no salir más”. Se manifiesta entonces una sociedad digitalizada, conectada a la red, sin distinguir si es de día o de noche, si es día ordinario o festivo, vive dependiente del Wi-Fi o datos móviles. Planteando así una sociedad narcisista, ambigua en valores y emociones, necesitada de infinitas relaciones “light”, es decir, virtuales. En lo religioso y cultural, un hombre con “un saber sin fundamentos” busca sólo deseos y necesidades del propio yo como principal criterio de legitimación de elecciones en la vida, dejando a un lado las cuestiones propiamente morales.

Ante tal desafío cultural, el papa Francisco pide redescubrir una sana e integral antropología; recuperar un tejido social fuerte; volver a apostar por los más débiles y pobres; y una regeneración política más genuina y participativa para el ciudadano. Requerimos de una cultura sólida y no líquida, estable y no voluble, atenta al prójimo.


Por una cultura de vida y rechazo a la cultura de muerte

JORGE EDGAR MERCADO

En la sociedad comúnmente calificamos a las personas de dos maneras: buenas y malas. Decimos que las personas buenas son aquellas que actúan virtuosamente, de manera desinteresada y altruista; mientras que calificamos de malas a aquellas que laceran la dignidad de las personas con fines egoístas. Intrínsecamente en el hombre subyace un principio ético que le sirve como brújula para su obrar, nos referimos al principio de sindéresis, que comúnmente lo conocemos por “haz el bien y evita el mal”.

Un choque entre dos culturas, la cultura de la vida y la cultura de la muerte, nos lleva a observar una lucha incesante entre el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. La cultura de la vida está cimentada sobre la dignidad de la vida humana, la cual es otorgada por el mismo hecho de existir; es en sí misma. Los seres humanos, al compartir una misma naturaleza, deben respetar los derechos que la dignidad confiere a cada hombre. No es una ley positiva, se basa en una ley natural.

Por su cuenta, la cultura de la muerte está fundamentada en el principio de la calidad de vida humana. Afirma que cada persona posee un valor, el cual determina si ésta merece vivir o morir. En esta postura queda de manifiesto que el valor imperante no es la persona en sí mismo, sino lo que vale. Si una persona tiene poder, fama, éxito, entre otras cualidades, posee un valor mayor; no obstante si una persona vive en la miseria, su salud se encuentra en deterioro, ya no se vale por sí misma y es dependiente, o cualquier otra circunstancia desfavorable, su valor es menor o nulo, por lo tanto merece ser eliminada.

Se puede observar en el fondo un materialismo práctico que se caracteriza por tres elementos que intervienen entre sí: el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Cuando ellos guían el comportamiento humano, siempre habrá un sector de la sociedad que quedará desprotegido, es decir, los que tienen un valor menor, a saber, los pobres, los débiles, los niños, los enfermos, los incapacitados, etc. La cultura de la muerte se vale de estrategias con un gran enfoque social y político, de ahí que las principales actividades que realizan sus afiliados sean el aborto, los métodos anticonceptivos, la eutanasia, la eugenesia, la ideología de género, entre otras.

La razón por la cual la pugna sea tan fuerte es porque la conciencia moral de la sociedad, como lo ha señalado san Juan Pablo II, se ha secularizado y ha propiciado un sinfín de contrariedades que laceran la dignidad humana. De ahí que surjan en todo el mundo hombres y mujeres de buena voluntad comprometidos con su naturaleza, que promuevan los derechos fundamentales de los hombres: una vida digna, desde su concepción hasta la muerte natural.


Una cultura ecológica

MANUEL SÁNCHEZ SOTO

Si alguna vez ha observado a su alrededor y se ha preguntado ¿cuál será el futuro del entorno ecológico?, se dará cuenta que cada día es menos su esplendor, fauna, ríos, vegetación, etc., lo cual indica que en un futuro cercano tendremos que pagar las consecuencias por el poco cuidado que le damos a estas realidades con las que nos relacionamos en la vida diaria. En ese sentido, la cultura puede entenderse como la “acción de cultivar, especialmente las facultades humanas”, es detenerse a preguntarse y pensar en hoy día: ¿qué es lo que cultivamos a nuestro alrededor? Es a partir de esta inquietud que surge este análisis, puesto que todos participamos en este planeta y de manera concreta en cada espacio social donde hay relaciones interpersonales, donde interactuamos unos con otros. A muchos les gusta la naturaleza, es decir, ir al lugares donde hay árboles, pastos, aire saludable, ver los ríos y paisajes que ofrecen las áreas verdes de la ciudad o sus alrededores, pero parece que todo indica que no hay un cuidado consiente de la responsabilidad que tiene el ser humano para el cuidado del suelo, aire, agua, etc. Al respecto, el papa Francisco en el año 2015 demostró que la situación del planeta tierra (o nuestra casa común como le llama) está siendo acabada por los que la habitamos, pero no de forma natural, sino a un ritmo exagerado ya que la contaminación en los distintos territorios van siendo consumidos sin tener una conciencia crítica de tal situación. De fondo, el papa Francisco en su encíclica “Laudato si” plantea de alguna forma una cultura del cuidado del medio ambiente, al menos menciona en el número 145: “la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal”, cuidar lo que hacemos implica ser conscientes de que en el futuro lo que cuidemos será para beneficiar las próximas generaciones. Si desaparece nuestra cultura, lo más seguro es que desaparezca el sentido de responsabilidad, el diálogo, las tradiciones, creencias y con ello el disfrute de aquellos bienes comunales que pertenecen al hombre. Quizá, si se siga así la respuesta de la sociedad (indiferencia, desinterés, falta de conciencia por cuidar el mundo) ante los bienes ecológicos tendremos un futuro poco prometedor para las próximas generaciones. Finalmente, la invitación es a tomar acciones en favor del medio ambiente, ya que todos somos responsables para el cuidado de nuestro ambiente ecológico. Nadie es ajeno a participar en el cuidado del medio ambiente.


Una Cultura Cristiana

MARTÍN SUAZO MORALES

¿Es posible una cultura cristiana? Para poder dar una respuesta objetiva, primero es necesario establecer definiciones que ayuden a distinguir los conceptos abordados, diferenciar entre cultura y religión, para después hacer una crítica valorativa que ayude a responder si es posible hablar de una cultura cristiana.

Cultura, originariamente, significa cuidado y perfeccionamiento de las aptitudes propiamente humanas, más allá del mero estado natural (cultura como cultivo del espíritu); encuentra su fin en la perfección de la naturaleza humana. Un despliegue cultural orientado contra la esencia del hombre no es verdadera cultura, sino pseudocultura. La cultura es complementación y perfección esencial del hombre; en el vocablo alemán es tomada como sinónimo de civilización: grupo de personas que comparten un territorio, lenguaje, historia, costumbres, tradiciones, pensamiento religioso, etc.

La palabra religión, atendiendo a su vocablo latino correspondiente “religio”, significa un constante «re-volverse». Desde el punto de vista del Ser, todas las cosas proceden de Dios y a Él aspiran también. Sin embargo, únicamente el hombre tiene religión en tanto que como espíritu hace efectiva, libre y consiente su relación con Dios, es decir, le conoce y acepta como su origen y fin.

Teniendo en cuenta las definiciones antes mencionadas, es necesario considerar un elemento muy importante: la vivencia; pues nadie puede decir que pertenece a una cultura o religión si no vive lo que éstas implican. Por ejemplo, una persona puede ser mexicana y cristiana a la vez: es mexicana porque vive en el país de México y participa de las prácticas culturales mexicanas, y así mismo vive y profesa lo que implica el cristianismo.

Quien se pregunte si el cristianismo es una cultura o no, debe tener en cuenta que el cristianismo como tal no es una civilización determinada; por ello, se descubrirá que el cristianismo es más que una cultura, porque es universal, un estilo de vida dirigido hacia todos. A diferencia de otras culturas o civilizaciones, como la egipcia, china, griega, etc., el cristianismo no se reduce a un lugar o territorio específico, o un lenguaje definido; en pocas palabras el cristianismo es considerado más que una cultura porque ha influido en varias culturas y es profesado en diferentes idiomas.

Por otra parte, hay que resaltar que al hablar de religión se debe considerar la religión natural y la religión revelada, la religión cristiana es de revelación, por tanto, es más que una cultura, pues esta última es meramente humana, mientras que la religión cristiana es la relación de Dios con el hombre.

La religión cristiana ha influido en diferentes culturas, sin embargo, no se puede negar el hecho que el cristianismo retoma elementos culturales de la cultura a la cual influye.


ESTO YO NO LO SABÍA…


Plaza de las Tres Culturas

PEDRO JOSUE HERNÁNDEZ MAZA

Localizada al norte de la ciudad de México, se encuentra Tlatelolco que quiere decir montículo de arena, es ahí donde podemos encontrar unos de los tantos lugares emblemáticos de la ciudad de México: la plaza de las Tres Culturas. Esta plaza es un emblema histórico de la nación, ya que ha sido testigo del paso del tiempo, albergando construcciones de tres diferentes etapas que se han vivido en México, la era prehispánica con las pirámides y ruinas del pueblo Tlatelolca; la época virreinal representada por el convento de san Buenaventura, san Juan Capistrano y el templo católico de Santiago; la época contemporánea se representa con el Xipe Totec, que fue el edificio de Relaciones Internacionales hasta el año 2005. De ahí el nombre de las Tres Culturas. Este fue el escenario de las protestas estudiantiles de los años 60 que cambiaron a la sociedad mexicana.

Al visitar esta plaza hay una placa en piedra conmemorativa de la caída de Tlatelolco que dice: el 13 de agosto de 1521 heroicamente defendido por Cuauhtémoc cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy.

… PERO AHORA YA LO SÉ.


ANIMA VERBI:

Anima verbi

JUAN PABLO ROJAS TEXON


La “reconciliación” (en latín, reconciliatio; de re-, ‘de nuevo’, y concilium, y éste, a su vez, de conciere, ‘reunir’) es la disposición que tienen dos o más personas para “volver a unir” lo que entre ellas estaba fracturado, trátese de una amistad o cualquier otro lazo afectivo. En sentido teológico, se trata de una gracia del Padre, venida cuando reconcilió consigo al mundo a través del sacrificio de su Hijo (2 Co 5, 18-19). Así pues, la reconciliación es un ministerio confiado al hombre con el fin de dar muerte a todo tipo de hostilidad.


FRASE DE LA SEMANA: “La cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado” André Malraux.



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