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Un espacio de libertad

E D I T O R I A L

Un espacio de libertad


La opinión pública es la forma en la que el hombre se expresa y tiene el derecho de ser escuchado. Debido a que es un diálogo entre hombres, pues radica en una curiosidad por encontrar la verdad, es necesaria una actitud crítica, que de la posibilidad de someter a discusión toda forma de pensar: una discusión a través del diálogo, que se desenvuelve en la libertad.

La libertad de pensamiento tiene un carácter y un significado polémico en la modernidad, es decir, más que expresarse como una condición mental del hombre, en la que se interese por la verdad, sea convertido en hostilidad contra la escuela, la Iglesia, la tradición, la cultura, el Estado, etc. Es por ello, que el hombre, al recocer su libre pensamiento (objetivo y real), también puede tomar conciencia de la libertad del otro.

¿Y usted cuándo ejerce su opinión pública lo hace de manera realista y crítica?


Celebrar la Luz

FRANCISCO ONTIVEROS GUTIÉRREZ

La fiesta de la candelaria es una conmemoración de impacto internacional; el día dos de febrero hay celebraciones de todo tipo en las diversas regiones de los países. Lo que se celebra es una advocación de María, la madre del Señor, referida a un aspecto de Cristo, el cual es reconocido como la Luz. Así, mientras ella se purifica del parto, Él es presentado en el templo. Esta celebración tiene lugar 40 días después de la navidad, y está en perfecta sintonía con aquella. Todavía hay quienes consideran que la navidad termina con el levantamiento del “niño” del pesebre para ser presentado en el templo, y solo hasta entonces recogen sus adornos navideños.

Esta celebración sigue siendo una conquista, pues los así llamados “grandes misterios del Señor” se celebran con toda una raigambre festiva, basta recordar: el nacimiento, la última cena, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Son aspectos de la vida de éste que se celebran al desborde de expresiones de todo tipo, pero, nada de eso sería posible si Jesús no fuera la Luz y, es precisamente tal, porque ha venido a iluminar y a descubrir lo que los hombres -por sus propias fuerzas y con la sola luz de la razón natural- nunca habrían podido descubrir en su verdadera expresión.

La experiencia del anciano Simeón, al ver al Señor. fue tan grande que después de eso reconoció que su vida había valido la pena: “ahora sí, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz”. Su vida valió la pena porque en su ancianidad pudo contemplar la grandeza de Dios en el niño que ha llegado para ser la Luz inextinguible. Según la experiencia de este anciano, solo hasta entonces la vida vale la pena.

Esto permite descubrir que una vida “a oscuras” no tiene sentido, ¿para qué se vive “a tientas”? La vida tiene sentido siempre que se puede ver, y solo es posible ver en la luz, en Cristo. Así, el conocimiento de éste y la experiencia afectiva del mismo es lo que permitirá que todos -donde se encuentren- puedan ser verdaderos “candelarios”; portadores de esta luz que lo único que persigue es iluminar.

Eso es lo único que vale la vida comunicar, la Luz, que por ser tal, deja al descubierto todo, hasta las intenciones mismas del corazón. Descubrir que, en realidad, la vida consiste en eso, en ser portadores de la luz, es conquistar el sentido pleno y verdadero de esta celebración que sigue estando en desproporción respecto de los otros “misterios del Señor”.


De Persona a Persona

POR JUAN PABLO ROJAS TEXON


Anselm Grün


En su libro El espacio interior, Anselm Grün habla de que hay en cada persona un centro de quietud al que nadie puede acceder y donde nadie puede imponérsenos ni determinarnos. Dicho centro es precisamente el espacio interior, “un lugar invulnerable y sano, donde las heridas y el rechazo no pueden entrar, donde cada uno descubre su dignidad intangible”, una dignidad que es inexpugnable. Este espacio es posible captarlo en completo silencio, escuchando atentos en el interior propio la resonancia de un misterio que nos sobrepasa: el misterio de Dios. De este modo, el interior propio no sólo habla de nosotros, de la historia personal de cada quién, sino que revela la inefabilidad divina que habita en nosotros. Y allí donde Dios habita, allí se genera una paz infinita, profunda, imperturbable que “es más sublime que cualquier comprensión”.

Este espacio interior es intocable, inconquistable por el otro justo por ser el sitio de Dios, donde entramos en contacto con nuestro verdadero yo, donde cada uno puede ser enteramente él mismo y cada vez más sí mismo. Así pues, este espacio de quietud, proveedor de paz, libertad y confianza, es un lugar de encuentro: el lugar del encuentro con nosotros mismos y con Dios. Porque no podemos encontrarnos con Dios si antes no nos conocemos. “Sin autoconocimiento”, sostiene Grün, “corremos el peligro de confundir nuestras ideas de Dios con Dios mismo”.

Hay diversos caminos para lograr este propósito. Grün destaca la oración personal por considerarla el momento en que estamos “sentados ante Dios sin protección alguna”. Pero también estamos desnudos ante nosotros mismos. La oración en voz alta, dice, tiene un poder taumatúrgico, pues el traer a la superficie lo que ocurre en lo más íntimo de mí para ofrecérselo a Dios “me conduce a mi propia verdad”. De modo que “este encuentro sincero con uno mismo pertenece también al encuentro auténtico con Dios”.

La oración constituye un hondo ejercicio espiritual, porque está ligada a la respiración. El orante, al inspirar, deja entrar en su corazón al espíritu de Dios para llenarlo de calor y amor y, al espirar, va desechando lo oscuro del cuerpo y del alma. Así entendida, la oración es un proceso continuo de iluminación y transformación internas, un respirar un aire santo que purifica lentamente por dentro, hasta llegar al punto en que ya no se piense en orar, porque la misma respiración se ha vuelto una oración permanente. En este sentido, la oración genera un vínculo entre el espíritu y el espacio de la quietud, “donde Dios, más allá de todas las palabras, habita en mí”.

Otro camino que conduce a un hondo autoconocimiento es el de la mística. Los místicos viven la meditación como un sendero que guía al espacio interior personal -el lugar del silencio- donde Dios mora. Ese núcleo de quietud lo tenemos todos; sin embargo, no siempre es fácil de percibir a causa de la barrera de ruinas y escombros -problemas, obligaciones, planes- que lo van ocultando en el diario vivir. Ante este ocultamiento, la concentración sirve de luz en el trayecto hacia las profundidades de nuestro ser divino y verdadero.

Grün enfatiza que ese espacio interior donde Dios reside en mí y por el que estamos libres “del poder de los demás, de sus expectativas y exigencias, de sus juicios y criterios”, es también el espacio de la alegría y del amor; más aún, del gozo del amor. “Sólo si nos volvemos hacia dentro y descubrimos en nuestro interior a Dios como el amor, llegamos a ser lo que realmente somos: seres humanos creados a imagen de Dios y que no son nada más que amor. La auténtica sustancia de nuestro ser es el amor. Y sólo cuando abrimos los ojos a esta profundísima realidad llegamos a ser verdaderamente humanos”.

Nacido en Baja Franconia (Baviera) el 14 de enero de 1945, Anselm Grün es un monje de la Orden de San Benito conocido internacionalmente por sus reflexiones sobre espiritualidad. Su pensamiento, no obstante, ha sido objeto de fuertes señalamientos debido al modo de interpretar la doctrina sagrada. De hecho, los críticos más férreos de Grün sostienen que sus enseñanzas son proyecciones, en el campo de la teología, de las tesis esenciales de Carl Jung, de quien él se considera discípulo. Con todo, es uno de los autores cristianos más leídos por la claridad y concreción con que habla de temas antropológicos. Por eso, actualmente, además de administrar la abadía de Münsterschwarzach, dicta cursos y conferencias en distintos países.



ANIMA VERBI:

Anima verbi

JUAN PABLO ROJAS TEXON


En el cristianismo primitivo se llama “catecúmeno” (en griego, katekoúmenos; de katechéo, ‘instruir de palabra’, y -menos, sufijo de participio pasivo masculino) al converso que estaba siendo “instruido” en las cuestiones de fe. Mientras alcanzaba su bautismo el iniciado no podía ir más allá del atrio del templo; sólo cuando le era impuesto el sacramento gozaba de un sitio adentro junto a los fieles. Hoy en día un catecúmeno es quien ya pertenece a una comunidad eclesial y decide madurar en su vida cristiana instruyéndose, a modo de un noviciado prolongado, en las costumbres evangélicas y los ritos sagrados y practicando pacientemente la fe, la esperanza y la caridad (CIC 1248-49).


FRASE DE LA SEMANA: “Ahora depende solo de mí la manera de reaccionar ante lo que he llegado a ser y ante lo que pueda hacer con lo que soy”. Anselm Grüm

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